Bebí como quien nada teme de sentirse ebrio.
Reí como un orate envuelto en sabanas de raso blanco, azul y rojo.
Abracé las risas de los demas como hermanas de sangre.
Bailé y comí de la vida comunitaria.
Excesos de un encuentro que fué un bálsamo en medio de esta extraña soledad que nos impone el ser adulto responsable y pletórico de cheques por cubrir. Yo me muevo como reptil en medio de las tribulaciones y me conformo con sonreirle un poco a la cara del destino.
Hagase en mi según tu palabra.
Hagase la luz, pero solo llegó la cuenta.
Hagase un espacio para escucharme por fin y dejarme en paz cuando se cierre la puerta.
Hoy no estoy con ganas de remediar mi estado de sitio y abrazarme reconciliandome con mi pasado. Me tengo nauseas, me quiero escapar del espejo.
Sálveme la muerte con su filo de plata.
Sálveme un tiro de guitarra con ajenjo.
Sálveme un discurso antes de la partida.
Sálveme la risa con tintes de conveniencia.
Sálveme un escrúpulo hecho avena.
Sálveme los abrazos y deseos de los que a mi puerta tocaron.
Los niños se marchan.
Mis entrañas se marchan con ellos.